No sabía qué hacía en un taller de cerámica en un pueblo de Girona (La Bisbal). Ni por qué estábamos hablando de neurociencia en un centro de robótica (SPECS). Pero ahí, en medio de la incomodidad, algo se acomodó.
Nos han hecho creer que la creatividad se puede enseñar como una técnica. Como si hubiera una manera correcta de pensar ideas. Un camino validado por expertos, con post-its de colores y pasos bien definidos. Pero el verdadero proceso creativo no empieza afuera. Empieza adentro. Y ese es justo el problema: nadie puede enseñarte a entrar ahí.
Cuando hice mi Master in Creative Process (el cual, si me preguntas, tenía más de retiro espiritual que de programa académico) no nos dieron respuestas. Nos dieron experiencias. Tres que, para mí, se volvieron cimientos. No fueron instrucciones. Fueron detonadores.
Decoding Creativity
Aprender a desarmar todo.
Nos estacionaron en el Bulli, en Cala Montjoi, en el epicentro de ese lugar que, en su momento, transformó una industria entera. Pasamos varias semanas tratando de entender, no de imitar, la forma en que Ferran Adrià pensaba. Lo observamos con distancia crítica: qué hizo, qué se preguntó, cómo tomó decisiones, qué descartó y por qué. No nos daban instrucciones. Nos empujaban a ver lo invisible.
elBulli, Roses, 17480, Girona, España
Con el tiempo entendí que estar ahí no era solo una experiencia formativa, era un detonador emocional. Estábamos en el mismo espacio donde se habían tomado decisiones que hoy se estudian en universidades. Estábamos escuchando clases desde un bote, recorriendo las costas de Roses, repasando la historia de cada técnica, de cada ruptura. Y aunque en ese momento no lo sabía, había algo de estar ahí, en ese contexto, con ese silencio, con ese pasado tan vivo, que me conmovía. Era la emoción la que hacía que todo se impregnara distinto. Lo entendí tiempo después: ese lugar no solo me enseñaba, me atravesaba.





Creativity in Action
Volver a tocar. A fallar. A observar sin corregir.
Como cuando el barro te obliga a aceptar lo que tus manos y no tus ideas son capaces de hacer. No se trataba de “ser artistas”. Era regresar al origen: lo manual, lo lento, la escucha.
Nos instalamos en una escuela de cerámica en La Bisbal, un pueblo pequeño y silencioso, donde todo gira alrededor del barro. Ahí sí pensé que empezaba el retiro espiritual. Por las mañanas trabajábamos con las manos; por las tardes recorríamos talleres que llevan generaciones produciendo piezas que terminan en museos o revestimientos arquitectónicos. Entendías que esas manos, sin renders, sin pitch decks, eran capaces de crear belleza, forma, permanencia.
Y entonces pasaba: dejabas de pensar tanto. Dejabas de necesitar aprobación. Solo estabas ahí, ensuciándote, reconociendo que tu cuerpo también sabe cosas que tu cabeza aún no entiende. Que tus manos, tus sentidos, tu ritmo, ya son en sí mismos herramientas creativas. Y que tal vez, para llegar a una idea nueva, primero hay que dejarse ensuciar.






Creative Tools
Ver que el pensamiento también es físico.
Que la tecnología y la emoción no son opuestos. Que incluso lo intangible, el código, el impulso eléctrico, la sinapsis, puede convertirse en una herramienta expresiva.
Trabajamos en SPECS, un centro de investigación en neurociencia cognitiva. Ahí entendimos cómo tomamos decisiones, cómo funciona el cerebro en procesos de creación y cómo eso puede traducirse en nuevas formas de pensamiento. Ahí también descubrí algo importante: que lo nuevo no siempre es ajeno. Que incluso la inteligencia artificial, la robótica o los sistemas complejos pueden ser tan intuitivos como un pincel, si te acercas desde la curiosidad y no desde el miedo.




Yo, por ejemplo, siempre he tenido una obsesión por el arte. Por todo tipo de arte. Pero, en especial, por lo sacro. No por fe, sino por forma. Por lo que provoca. Por lo que incomoda. Me he pasado la vida mirando iglesias, vitrales, esculturas rotas, detalles dorados en silencio. Siempre me ha movido eso que no se puede explicar pero se siente.
Y ahí entendí algo que lo atravesaba todo:
crear tiene que emocionarte.
Si no hay emoción, no hay proceso. Solo ejecución vacía.
Hay cosas que te han emocionado desde siempre. Desde el kinder, desde la carrera, desde un rincón de tu vida. Pero a veces dejamos de mirar hacia ahí. Nos llenamos de herramientas, de referentes, de técnicas, y nos olvidamos de preguntarnos:
¿por qué hago lo que hago?
¿qué me sigue emocionando aunque no lo entienda del todo?
El problema no es no tener ideas. El problema es no saber qué te mueve.
Y si el proceso creativo es algo, no es un método.
Es un reencuentro.
Un regresar a lo que te conmueve. A lo que te obsesiona. A lo que no puedes ignorar.
Si estás buscando tu proceso creativo
Tal vez lo primero no sea aprender un método.
Tal vez sea sentarte contigo y preguntarte:
¿Qué me emociona aunque no sepa explicarlo?
¿Qué obsesión no he querido mirar?
¿Cuándo fue la última vez que algo que hice me incomodó (y aun así seguí)?
El proceso creativo no es una fórmula. Es una forma de reconocerte.
Crear es un acto de fe.
No en algo superior. En ti.
En que, al final, si sigues la emoción, lo demás se ordena.
La maestría no me enseñó, me detonó.
Y no fue sino hasta años después que entendí lo que en realidad había vivido.
Mau H.